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EXPERIMENTOS PSICOSOCIALES – Nº 7: La difusión de la responsabilidad (Darley y Latané, 1968)

El siguiente experimento psicosocial surge ante la conmoción que produjo un terrible crimen sucedido en la ciudad de Nueva York. Un gran grupo de personas fue testigo. Nadie intervino.

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La difusión de la responsabilidad (Darley y Latané, 1968)

Llevado a cabo en 1968 por Bibb Latané, de la Universidad de Columbia, y John Darley, de la Universidad de Nueva York, ambos psicólogos sociales, su propósito era estudiar experimentalmente qué hace que personas comunes, testigos de situaciones manifiestas de emergencia, no presten su ayuda. ¿Qué variables intervienen? ¿Qué decisiones les guían?

John-Darley

El  asesinato de Kitty Genovese conmocionó la ciudad de Nueva York y motivó el experimento de Darley y Latané. La brutalidad sufrida por Catherine Genovese, apodada Kitty, no fue lo que conmovió a la opinión pública neoyorquina, que inundó la redacción de The New York Times con sus cartas. Su asesinato no habría ocupado más de cuatro líneas de no ser porque treinta y ocho personas presenciaron su larga lucha de treinta y cinco minutos, sin que ni una sola llamase a la policía ni interviniese de ningún modo.

La apatía es en sí misma una manifestación de agresividad. Karl Menninger.

Bibb-Latané

En el año 1964, a las 3:20 de la madrugada del viernes 13 de marzo, Kitty regresaba del trabajo a su casa en la calle Austin del distrito de Queens, Nueva York. Bajó de su coche y de camino hacia el portal, pudo ver que un hombre sospechoso se acercaba, así que trató de ir hacia una cabina telefónica que había a unos pocos metros. Kitty no llegó a la cabina. Aquel hombre la atacó. La joven gritaba tan fuerte que las ventanas de muchos de sus vecinos comenzaron a iluminarse. Aquel hombre, Winston Mosley, le estaba acuchillando con violencia. Las luces le asustaron y abandonó el cuerpo de Kitty, acuchillado. El asesino emprendió la huida pero viendo que las luces comenzaban a apagarse volvió. No había terminado con ella. La encontró yacente y continuó acuchillándola. Ella luchó por liberarse. Pero él volvía a darle caza y continuaba.

Kitty-Genovese

El asesinato se produjo en tres actos. Desde las 3:15 a.m hasta las 3:50 a.m, tres fueron las veces que Mosley volvió para seguir apuñalándola. Treinta y cinco minutos fue el tiempo que duraron los gritos de Kitty: “¡Me apuñala!” “¡Socorro!” “¡Me muero!”.  Hubo treinta y ocho testigos en total. Treinta y ocho ventanas encendidas que guarecían a treinta y ocho personas que oyeron sus súplicas y vieron su lucha. Ninguno intervino.

¿Podríamos ser nosotros/as uno/as de aquellos/as espectadores/as impasibles? Darley y Latané se propusieron investigar científicamente la falta de intervención en situaciones de emergencia. ¿Es nuestra responsabilidad ayudar?

La hipótesis de los investigadores era que la causa de la no intervención fue el número de personas que presenciaron el asesinato: “La difusión de la responsabilidad disuade a los testigos para ayudar.”

En el experimento pidieron a estudiantes de la NYU que participasen en un debate sobre los problemas que cada uno había tenido para adaptarse a la vida universitaria. Lo harían situados cada uno en una cabina separada, para evitar que la sensación de hablar ante un público directo les intimidase. Las cabinas se comunicaban entre ellas por un sistema de sonido. Cada uno debía hablar únicamente en su turno. Explicado esto, el investigador les decía que no escucharía el debate, para garantizar su libertad de expresión y salía de la sala.

Imaginemos que somos un estudiante de la NYU. Vamos a participar en el experimento y estamos esperando en una cabina. Comienza el debate y podemos escuchar a un joven que  habla en primer lugar, explicando, con timidez, que sufre ataques epilépticos en momentos de tensión, lo que le dificulta poder adaptarse como le gustaría. Los otros participantes toman la palabra por turnos. Llega nuestro turno, que es el último. Terminamos de hablar. Se reinicia la ronda de palabra. El primer compañero está hablando tranquilo, cuando empieza a tartamudear, su discurso se agita: “yo-yo-ne-ne…nece-necesito a-ayu-…da…un-un-at-ataq…” se sofoca y queda en silencio. Ha sufrido un ataque epiléptico. Eso creemos. No podemos preguntar a nadie, no podemos comunicarnos con nadie desde allí dentro. Pero la puerta de nuestra cabina está abierta. ¿Salimos? ¿Pedimos ayuda? ¿Lo habrá hecho algún otro compañero? ¿De verdad era un ataque? Tal vez alguien lo ha oído y ya está siendo atendido.

Nosotros éramos el único sujeto experimental. El resto de participantes y la víctima del ataque eran solo grabaciones. El ataque duraba unos seis minutos. Sentado fuera de nuestra cabina, un investigador registra el tiempo que tardamos en buscar ayuda para la víctima.

Darley y Latané querían estudiar el efecto de la cantidad de testigos de la emergencia, de modo que variaron sistemáticamente el tamaño del supuesto grupo de debate. En unos casos el sujeto creía que se trataba de un grupo de seis personas y en otros solo él y la víctima. Cuando los sujetos creían ser el único espectador de la emergencia tardaron 52 segundos después de iniciarse el ataque en responder y lo hizo así un 85%. Sin embargo, si el grupo era mayor, tan sólo un 31% reaccionó tratando de buscar ayuda, y tardaron una media de 166 segundos. Variando de forma sistemática el número de testigos, Darley y Latané pudieron concluir que el número de testigos era un determinante crítico para la intervención:

“Cuando sólo está presente un testigo en una emergencia, toda ayuda debe venir de él. […] Cualquier presión por intervenir se centra únicamente en él. Sin embargo, cuando hay varios observadores se divide entre todos. Esto da como resultado que nadie ayuda.” (pp. 377-78)

Fuente: Psicología social, Ediciones Paraninfo (2009) [pp.273]

En 1970, Darley y Latané añadieron complejidad a sus explicaciones sobre por qué los individuos testigos de emergencias se funden en la masa. Disolviéndose más, cuanto mayor es el grupo, y no prestan ayuda. Explicaron otros aspectos, más vinculados a la dimensión cognitiva de los testigos de emergencias: ¿nos hemos dado cuenta? [Percatarse] ¿Estamos ante una emergencia real? [Interpretación] ¿Somos responsables de ayudar? [Asumir la responsabilidad] ¿Podemos ayudar? ¿Cómo? [Forma apropiada de ayudar] y por último ACTÚAR, ¿estamos en disposición de ayudar? Denominaron este modo de análisis árbol de decisiones, y en él queda ilustrado que bajo el acto de ayudar en una situación de emergencia subyace un acto complejo, compuesto de múltiples decisiones enlazadas, que pueden llevar tiempo, no se producen de modo inmediato.

Fuente: Psicología social, Ediciones Paraninfo (2009) [pp. 271]

Este experimento guarda cierta relación con el experimento de Milgram sobre la obediencia a la autoridad, pero no en ese punto sino en el siguiente; muchos de los sujetos experimentales no acudieron a la otra sala a preguntar cómo se encontraba la persona que supuestamente había sido electrocutada y los pocos que lo hicieron fue previa petición de permiso al investigador. En ese caso, podemos concluir que la responsabilidad no se hizo difusa por el número de “testigos” sino por la autoridad o jerarquía de los mismos.

Posteriormente, Darley y Latané trataron de investigar si éramos capaces de comprometer, no la seguridad de otros, sino la nuestra propia, si nos encontramos ante un peligro difuso integrados en un grupo. ¿Actuaremos si es nuestra propia vida la que está en juego?

Definieron el experimento: situados en una habitación, con un conducto de ventilación, tres estudiantes universitarios debían completar un cuestionario sobre la vida universitaria. Dos de ellos eran actores, el tercero el sujeto experimental. Tras unos minutos transcurridos del inicio de la prueba, los investigadores soltaban en el conducto de ventilación un humo, inocuo, pero aparentemente denso y potencialmente peligroso. El humo comenzaba a asomar por el conducto, y pronto empezaba a llenar la estancia. Las instrucciones de los cómplices eran continuar con la tarea, no mostrar inquietud ni miedo. Los sujetos miraban a sus compañeros, que permanecían inmutables. Y continuaban ellos de igual modo completando la prueba. Otros preguntaban si aquello era normal, sin obtener más respuesta que un gesto de desconcierto. El cómputo final del experimento completo fue que: sólo un sujeto salió al pasillo a pedir ayuda en los primeros cuatro minutos. Y sólo tres informaron del humo antes de que terminara la prueba.

Los estudiantes ignoraron las claves materiales de peligro y se adhirieron a las claves sociales. Actuaron en contra de su sentido común, y se guiaron por las directrices del grupo. Arriesgaron su vida, antes de oponerse al grupo.

Este experimento es una muestra de la influencia del grupo en el individuo. Como sucedió en los experimentos realizados por Solomon Asch, en los años cincuenta, sobre la influencia social, las claves sociales primaron; pero mientras que en el trabajo de Asch únicamente se trataba la dimensión cognitiva, en estos se trata de la propia supervivencia, y aun así los sujetos obviaron las señales físicas de peligro, y se adhirieron a las claves sociales, demostrando que éstas son fundamentales en la conducta humana y animal.

El grupo es una entidad superior al individuo. Es más fuerte que él, el individuo se nutre del grupo, lo utiliza para adaptarse, para sobrevivir. Pero el grupo también oprime la voluntad del individuo. Se impone a él, haciendo que sus necesidades individuales pasen a ser secundarias. El grupo le lleva a sitios a los que no podría llegar sólo, pero le cobra un peaje. Este peaje es su individualidad. Dentro del grupo deja de ser él mismo, para convertirse tan sólo en un miembro. Todo el valor de la persona única y diferente a todos se funde, se disuelve en el grupo. Y con su individualidad, quedan disueltas del mismo modo su voluntad y su responsabilidad.

Sin embargo, el experimento del caso Genovese nos muestra que si la emergencia tiene lugar y somos la única ayuda posible, entonces el individuo sí actúa. Si siente la responsabilidad que cae pesada sobre sus hombros,  entonces reacciona y es capaz de actuar antes de que haya trascurrido un solo minuto.

Debe ser cierta entonces aquella frase de Bécquer:

La soledad es el imperio de la conciencia.

Fuentes:
  • SLATER, Lauren (2004), Cuerdos entre locos, Grandes experimentos psicológicos del siglo XX, Título original:  Opening Skinner`s Box, Great Psychological Experimentes of the Twentieth Century, Capítulo 4, Amor simiesco: En caso de aterrizaje forzoso, [PP 129-152]
  • WORCHEL. Stephen, COOPER. Joel, GOETHALS. George. R  y OLSON. James. M. Psicología social, Ediciones Paraninfo (2009), Título original: Social Psychology, Capítulo 9. Altruismo: la psicología de la ayuda a los demás,  [PP 268-273]
Imágenes e ilustraciones:
  • Bibb Latané: smcpsych13.blogspot.com
  • John Darley: latane.socialpsychology.org
  • Catherine Genovese: But there are something different from the Genovese’s case.psikita.wordpress.com
  • Psicología social, Ediciones Paraninfo (2009), Título original: Social Psychology [pp. 273]-[pp.271]

Javier Rodríguez

Social & Marketing Researcher

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12 comentarios

  1. Experimento muy interesante. Se me ocurre una pequeña aplicación a otro ámbito. Estamos acostumbrados a ver en la televisión imágenes de niños famélicos castigados por el hambre en diferentes países africanos, durante unos minutos o quizás menos nos sobrecogemos y pensamos en ello, pero después seguimos viendo la televisión sin mover ni un dedo. Pero, ¿qué pasaría si andando un día por la calle nos encontráramos con uno de esos niños frente a frente sin nadie alrededor?,¿qué pasaría si en vez de en un calle solitaria fuera en medio de la Puerta del Sol?. En el primer caso seguro que le ayudaríamos y nos impactaría de por vida, probablemente siguiéramos su caso de cerca hasta que el niño estuviera completamente recuperado o incluso más allá de eso. En el segundo caso, muchas de las personas pararían unos segundos para después reanudar la marcha y quedar dos semanas impactados, nada más allá de eso. Creo que las conclusiones de este experimento son totalmente acertadas. Gran artículo, un saludo!

  2. Me pasó algo similar. Viajaba hacia Bilbao desde Barcelona por la A2, y a la altura de LLeida, a unos 200 metros por delante de mí se empotró un coche debajo de un camión. Accidente mortal, casi seguro. Inmediatamente llamé al 112 para informar del hecho. Hablé con una persona, le dí los datos que me pidió. Pasados unos minutos, me llamaron los bomberos, después los mossos de esquadra, y posteriormente de nuevo del 112. Pregunté, ¿pero es que nadie ha llamado además de yo mismo? la respuesta fue, solo usted. Pasábamos por allá cientos de coches y solo yo me sentí impelido a llamar al 112. Ni me siento un héroe ni las demás personas que pasaban por allá eran unas desalmadas, es evidente que se dio esa difusión de la responsabilidad que hablan Darley y Latané. La gente piensa que ya llamará alguien…. tb. me recuerda a lo que seguro a muchos suenan las palabras que decían nuestras abuelas y/o madres, “uno por otro la casa sin barrer”…
    Saludos

  3. Hola Javier. Teniendo en cuenta que estos experimentos no suelen ser representativos, con ejemplos como el tuyo vemos cómo en muchas ocasiones de la vida diaria se produce la difusión de la responsabilidad que mencionan dichos autores. Sería interesante recoger otros casos que les ha ocurrido a la gente, como el supuesto que nos planteaba Fernando Ramírez en el comentario anterior.

    Buen comentario Javier. Un saludo

  4. Una excelente publicación, bueno yo me pregunto si un factor importante, por decirlo así, es la costumbre por ejemplo, en zonas donde hay constantes asaltos o mayor tendencia a ellos ¿la apatía hacia un crimen es cuestion de la costumbre, el miedo, la división de responsabilidad?

  5. Este experimento si aplica mucho en la vida cotidiana ya que cuando pasa algun hecho actuamos y pensamos (hay muchas persona, alguien ira ayudarlo) y no asumimos la responsabilidad como persona de ayudarla

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