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Violencia, Masculinidad y Patriarcado

Desde la Fundación iS+D tenemos el placer de presentar la primera entrada correspondiente a la serie “Masculinidades e Igualdad” del Blog de la Fundación iS+D, a través de la cual se darán a conocer estudios, investigaciones, reflexiones y artículos de diferentes investigadores/as sobre estudios de género y, en particular, sobre masculinidad e igualdad.

Jesús Espinosa Gutiérrez
Historiador y miembro de “AHIGE”

“Violencia, Masculinidad y Patriarcado”

La violencia contra las mujeres es la violencia que se ejerce contra la mitad de la humanidad, y por lo tanto uno de los males más urgentes por erradicar a nivel planetario. Así mismo, la protección a las víctimas y las políticas de prevención son de inexcusable inclusión en las agendas políticas de todos los países y de los organismos e instituciones internacionales, es decir, en calidad de “cuestión de Estado”. Por este motivo dedicamos esta primera entrada de “Masculinidades e Igualdad” a la violencia machista, siendo el eje fundamental de los artículos de esta entrega, la violencia física contra las mujeres desde la perspectiva de las masculinidades, al ser este último un campo de estudio en emergencia dentro de los ya consolidados gender studies.

En esta serie contaremos con la colaboración de activistas feministas e investigadores/as para reflexionar sobre la relación entre violencia patriarcal y masculinidad hegemónica. Periódicamente nos acercaremos desde la óptica de los aportes teóricos de los masculinities studies a una determinada cuestión central de la amplia temática que nos ofrece la mirada feminista de la realidad. Para ello contaremos cada cierto tiempo con referentes académicos y del activismo, para que nos expongan sus amplios conocimientos y experiencias personales en torno a la igualdad, el género y las masculinidades igualitarias.

Así, figuras de peso y dilatada experiencia tales como Mª Jesús Rosado, Miguel Lorente, Octavio Salazar, Manuel Buendía, Julián Fernández de Quero, José Ángel Lozoya, Erick Pescador, Paco Abril y yo (Jesús Espinosa) humildemente, reflexionaremos acerca de la relación entre masculinidad tradicional y violencia patriarcal, centrándonos en la prevención, los factores psicológicos y de socialización de género, la sexualidad, los valores de la masculinidad hegemónica-tradicional, la invisibilidad y las raíces patriarcales de la violencia y su relación con los mecanismos de reafirmación del poder en la identidad masculina, entre otras muchas cuestiones.

La desactivación y erradicación de esta violencia patriarcal y de otras violencias de todo tipo pasa por la deconstrucción de la masculinidad.

El concepto de violencia en general sabemos que traspasa los muros de la meramente física, la más evidente, reconocible, grave y explícita, y a su vez la consecuencia última de la violencia patriarcal, porque surge de la estructura de poder en la que se asienta. Por eso además de la violencia física, el Patriarcado aglutina en su repertorio la violencia estructural de la que emanan, por ejemplo, la económica, sexual, psicológica, verbal o la simbólica, entre otras. La desactivación y erradicación esta violencia patriarcal y de otras violencias de todo tipo pasa por la deconstrucción de la masculinidad, ya que son los hombres, construidos en un modelo indentitario (el masculino tradicional-hegemónico y por lo tanto patriarcal), los que infligen principalmente la violencia, en su posición de prevalencia en el orden sexual, para el sostenimiento y reproducción de una organización social asimétrica en la que todos/as salimos perdiendo, aunque sean las mujeres las que más lo sufren con diferencia, ya que son ellas las que son sometidas a una situación de opresión y subalternidad constante en todos los ámbitos de la realidad.

El Hetero-patriarcado, como otros sistemas de dominación (económico, colonial, racial, etc.), necesita de la violencia para perpetuarse y, como siempre, quien ejerce esa violencia es el grupo opresor que se resiste a renunciar a su posición de poder. El poder, e incluso las manifestaciones asentadas en la lógica contrapoder o contra-hegemónicas, se sirven a su vez y generalmente de la violencia. Los grupos dominantes infligen violencia de todo tipo contra quienes someten, y como respuesta a esa violencia estructural, emergen formas de violencia de resistencia o como consecuencia de la voluntad de derrocar o erosionar directamente (sea consciente o inconscientemente) al sistema de dominación asentado, o sino a algunas de sus instituciones políticas y sociales, o en razón así mismo de atacar a los individuos que ostentan dicha posición de poder. Es decir, los grupos dominantes de clase o raciales, entre otros, consolidan y aseguran su condición frente a los otros/as subalternizados/as, sirviéndose tradicionalmente de la violencia. Las respuestas de las minorías o grupos oprimidos ante el sometimiento se han expresado habitualmente con más violencia, aunque esta parta de lo reactivo. De este modo, por ejemplo, las revoluciones sociales, sean en su vertiente obrerista y/o burguesa (si nos remitimos únicamente a la Historia Contemporánea) se muestran como ejemplos de procesos históricos cargados de enorme violencia, una violencia que aunque contra-hegemónica se despliega y nace en parte de un contexto patriarcal en el que la masculinidad constituye lo genéricamente humano, el núcleo que impulsa e inicia las respuestas con violencia como solución y estrategia de subversión de la realidad impuesta.

Como vemos, violencia y poder van de la mano, tanto en su forma de poder originario, como en la de contrapoder frente a lo hegemónico-dominante, porque ambas acciones-reacciones utilizan la violencia, ya que se asientan todavía en la lógica patriarcal masculina, es decir, en las formas y maneras masculinas de intentar mantener el status quo o en las estrategias y técnicas para de derribarlo.

Sin embargo, la revolución feminista trasciende la dinámica poder-violencia y contrapoder-violencia, de ahí su enorme e ilimitado potencial transformador. El lema “la revolución no será sino es feminista” se nos antoja pertinente en este caso para invitar a una revolución total que transforme incluso las formas de “hacer la revolución” en sí, porque los movimientos de emancipación de la mujer tienen el honor de ostentar quizás el mérito de ser la revolución más profunda y a su vez pacífica que haya jamás existido. De esta lección histórica y del análisis de cómo la masculinidad ha formado un papel central en el desarrollo de la violencia social en general (guerras, belicismo, revoluciones, y un larguísimo etcétera), debemos de llegar a la conclusión de que la deconstrucción colectiva de la masculinidad hegemónica es irrenunciable en términos humanos, porque han sido los valores asociados a la masculinidad los que han y siguen “toxificando” mayormente las relaciones humanas.

Parece claro entonces que revisando el modelo de ser hombre en todas las épocas y culturas, entenderemos que los varones somos socializados genéricamente para causar un inmenso dolor, pero a su vez y paradójicamente comprenderemos que en ese proceso nos dañamos también a nosotros mismos. En palabras de la filósofa Amelia Valcárcel: “Ser hombre duele, pero compensa”, dadas las prerrogativas y privilegios que disfrutamos desde el mismo momento en que nacemos.

Poder y violencia son los engranajes de perpetuación de los sistemas de dominación. En el Patriarcado, el poder se inscribe subjetivamente en el cuerpo nombrado masculino y existen mecanismos materiales y culturales, incluyendo principalmente la violencia, para que esa hegemonía viril se mantenga en dicho cuerpo y se extienda a la realidad.

Los hombres debemos de tomar conciencia de que renunciando a nuestros privilegios de manera colectiva, contribuiremos a la ruptura con todo tipo de violencias, no únicamente la patriarcal, porque el Patriarcado también ha generado una cultura de la violencia que atraviesa las relaciones humanas, e incluso yendo más allá, y partiendo de postulados ecofeministas, las de ser humano-naturaleza.

La apuesta por unas masculinidades igualitarias, pacíficas, sanas, amorosas y vaciadas por lo tanto de voluntad de poder sobre otros/as significa apostar por un marco de convivencia entre los sexos en igualdad.

La masculinidad es una identidad construida en torno a la violencia y al no autoreconocimiento de la propia vulnerabilidad, lo que constituye una clave para entender los valores y las acciones de la inmensa mayoría de los hombres. La apuesta por unas masculinidades igualitarias, pacíficas, sanas, amorosas y vaciadas por lo tanto de voluntad de poder sobre otros/as (mujeres, personas con identidades de género disidentes, transgénero, incluyendo hombres que no responden a las expectativas de la masculinidad hegemónica -denominadas masculinidades recesivas- e incluso de masculinidad dominante) significa apostar por un marco de convivencia entre los sexos en igualdad, entre todos/as en general y a su vez ausente de violencias, principalmente la física contra las mujeres, una violencia que trunca la vida de millones de mujeres al año y se lleva la vida de miles y miles de ellas.

Por Jesús Espinosa

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“CLÍO Y PROMETEO: DIARIO FEMINISTA E HISTÓRICO DE JESÚS ESPINOSA”

Historiador y activista feminista es doctorando en Historia Contemporánea, miembro de AHIGE y del comité del Aula Isabel Torres de Estudios de las Mujeres y del Género de la Universidad de Cantabria. Ha sido Fellow Resarch Visitor en la London School of Economics and Political Sciences y premiado con el XVI Premio SIEM de Investigación Feminista “Concepción Gimeno de Flaquer” de la Universidad de Zaragoza (2013) y con el accésit del XXIV Premio de Divulgación Feminista Carmen de Burgos de la Universidad de Málaga (2014). Es colaborador habitual en la revista Hombres Igualitarios.

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4 comentarios

  1. Has expuesto la relación que existe entre el proceso de socialización de género y la violencia masculina con mucha claridad. Porque de eso se trata, de los elementos culturales que subyacen al fenómeno de la violencia y que se materializan en la transmisión de los códigos de violencia a los niños.

    Quisiera destacar en en ese proceso de socialización participa toda la sociedad, lo que me lleva a pensar como mujer qué estrategias debemos poner en marcha para transformar los elementos de esa masculinidad patriarcal basada en el poder y la dominación.

    Lo primero es tener claro que hay que deconstruir la masculinidad y la feminidad patriarcal que rompa la dicotomia dominación/sumisión y construir una nueva identidad personal basada en el principio de igualdad. Es lo que yo he bautizado como “feminismo del punto medio”. Las mujeres y los hombres debemos caminar hacia nuestro encuentro fundiendo nuestras identidades de tal forma que nos percibamos como iguales. Porque mujeres y hombres tenemos las mismas capacidades, podemos realizar las mismas funciones y experimentamos los mismos sentimientos. Que todas estas cosas hoy en día sigan siendo diferentes es cuestión de educación.

  2. Me parece muy importante señalar que es un error tratar la violencia como si se tratara de algo que hay que eliminar, por el mero hecho de identificarse con la masculinidad y el patriarcado. La violencia ciertamente tiene que ver con lo masculino, sí, pero eso no quiere decir que haya que acabar con ello. La debilidad tiene que ver con lo femenino, debido al patriarcado, por eso el ideal de belleza femenino tiene mucho que ver con la debilidad, mujeres delgadas, nada amenazantes, etc. Una propuesta de revolución feminista no debe enfocarse desde el rechazo de la violencia sino de la apropiación de esa cualidad por parte de las mujeres, dado que la violencia, en muchas ocasiones, es autodefensa. ¿No pensamos que está bien que una mujer que está siendo amenaza por un hombre se defienda con violencia si la situación lo requiere? Pues negar esto es de los actos más machistas que he visto nunca, porque es negarle la opción de defenderse a una mujer por el simple hecho de que “eso son cosas de hombres”. Por eso rechazar la violencia para provocar una transformación de un sistema injusto es abrazar la sumisión, ya que esta transformación requiere que tengamos que defendernos de las injusticias que se cometen.

    Como resumen, es lo mismo decir que hay que rechazar la violencia por ser una masculinidad, que decir que hay que rechazar el pacifismo por ser una feminidad, lo que es inducido por el patriarcado para hacer a las mujeres más sumisas y no enfrentarse así a los males que genera este sistema. Por eso lo que hay que hacer no es rechazar todos las cualidades propias de un género, sino redefinirlas para que los adopten ambos géneros, en pro de una igualdad justa. Es decir, que no hay que rechazar la violencia porque sea una masculinidad sino que hay que conseguir que deje de ser una masculinidad y esté accesible también a las mujeres para que la utilicen para defenderse del patriarcado. De hecho es el pacifismo el que perpetúa el patriarcado, ya que tiene mucho que ver con la sumisión, que es como quieren los machistas a las mujeres.

    1. Hola Daniel, en este caso tu argumento sobre violencia/pacifismo está lejos del objetivo de igualdad, cooperación, solidaridad y hermanamiento que muchos perseguimos en la lucha de igualdad de género. La idea no es acerca los aspectos negativos que los roles de género han creado y reforzado en hombres y mujeres. No quiere decir que las mujeres, a las que se les supone pacíficas, tengan que ser violentas solo por el hecho de que los hombres lo son, principalmente porque uno de los pilares de la identidad masculina es la violencia. Las mujeres por supuesto que han poder defenderse, emponderarse, ser lideresas, etc. Pero la defensa no es violencia. Y en ningún caso el pacifismo es sinónimo de debilidad o sumisión. El pacifismo es una forma de entender las relaciones humanas, basada en cooperación, ayuda, sinergias, etc.

      El punto está en acercarse ambos géneros, hombres y mujeres, compartiendo lo bueno que la construcción social de género nos ha aportado.

      No es cuestión de que las mujeres puedan responder a la violencia que sufren con la misma violencia. Es cuestión de educar a hombres y mujeres en valores de equidad. Que los hombres no hemos de ser violentos y competitivos por el mero hecho de ser hombres, que existe debilidad en nosotros también, y que no es algo malo. Ser débil no es malo, es una característica personal de cada uno, y no es una característica a potenciar, simplemente está ahí, tanto en hombres como mujeres. Lo importante es aceptar que ambos sexos podemos ser débiles, y fuertes, pero eso no implica que por serlo debamos ser sumisos o violentos.

      La reflexión va más allá de intentar que las mujeres sean más violentas que los hombres, por el hecho de que sino van a estar reprimidas. La reflexión está en el hecho de que ser violentos no nos beneficia para nada a los hombres, ni a las mujeres.

  3. Claro k no ,la violencia no le deja nada a ninguno de los generos ,la violencia lacera ,tanto fisica como vervalmente a las personas ,lo mejor es no tener k llegar a esos terminos para la solucion de los problemas k con el simple hecho de escuchar el humano se sensibilice y sea empatico con los demas ,aunke esto no kiere decir k tenga necesariamente k sucumbir a la desicion u opinion planteada por el otro. Es cuestion de respetar la integridad humana .

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