En nuestro número de hoy de la sección Sociología de la empresa hablaremos sobre el caso de la panadería de Boston estudiado por Richard Sennett en el libro «La corrosión del carácter». Se trata de una múltiple investigación en la que combina antropología, economía y sociología para reflejar la evolución que ha tenido la sociedad y las empresas en el tránsito desde «el capitalismo de clase al sistema actual o capitalismo flexible» (Sennett, 2000).
El capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida. Richard Sennett
Richard Sennett, sociólogo norteamericano (Chicago 1943) y actual profesor de la London School of Economics, contrapone el modelo estructural del capitalismo fordista al nuevo modelo de capitalismo para explicar las consecuencias psico-socio-económicas del mismo en la vida de las personas.
En un contexto en el que la crisis del petróleo (1973) en Estados Unidos, al igual que en el resto de los países industrializados, trajo consigo un replanteamiento de la labor del Estado en la economía y, como consecuencia, se produce una desregularización de los mercados y el abandono de las doctrinas keynesianas. Esto provoca, a su vez, una vuelta a los postulados clásicos del liberalismo que se ven potenciadas por las «reaganomics» introducidas en 1981 por el presidente republicano Ronald Reagan y expanden, en Estados Unidos, hasta 1992.
Durante este tiempo, se va configurando la Globalización, tal y como la conocemos ahora, a la vez que se inicia la flexibilización laboral. El trabajo en red de las empresas se hace presente y se comienza a utilizar el término «nueva economía» para referirse a los cambios estructurales surgidos desde 1992, donde «se pasa de una economía industrial a una de conocimiento» en la que se crea un tejido de grandes empresas que trabajan en red y que viven dentro de la mundialización económica.
Estos cambios tienen su eco en la organización de las empresas, y por lo tanto, en su forma de producción y de relacionarse con los trabajadores. Llegados a este punto, y volviendo a la primera parte de la entrada, Sennett analiza los efectos que esos cambios están produciendo en los trabajadores llegando a la conclusión de que estos se encuentra en una situación de fracaso.
El fracaso más profundo hoy en día consiste en no poder estructurar una vida personal coherente; no realizar algo precioso que llevamos dentro; no saber vivir sino meramente existir. (Sennett, 2000).
En este sentido, y partiendo del concepto de alineación del trabajo de Marx, el autor defiende la idea de que los cambios producidos en las sociedades post-industriales también afectan a la relación de los propietarios de los medios de producción con dichos medios. De este modo, en muchos campos el/la trabajador/a especializado/a es reemplazado por máquinas lo que genera una desvalorización de l@s trabajador@s y de la actividad productiva al no poder relacionarse con la misma.
El caso de la panadería de Boston
A través del ejemplo de la evolución de una panadería, Sennett, muestra la pérdida del valor artesanal, asociados a la clase media, en los últimos tiempos en los que el gran avance tecnológico ha conducido a una automatización en todos los trabajos, lo que implica que cualquier persona pueda dedicarse a cualquier negocio.
De este modo, y en primer lugar, realiza una aproximación a las clases sociales para llegar al concepto de identidad étnica cuyas características vinculan al individuo con el grupo al que pertenece. Así, distingue la clase estadounidense de la europea en que esta no se mide dentro de conceptos socioeconómicos sino en relación con la valoración personal que hacen de sí mismos «los clientes de los restaurantes americanos de comida rápida en Estados Unidos tratan a los que les sirven con una indiferencia y una mala educación que sería inaceptable en un pub inglés o un café francés». (Sennett, 2000).
Con esto, muestra cómo se compone la sociedad estadounidense con su inexistente sentido de solidaridad de clase en favor del colectivo nacional; concepto que se está trasladando a las relaciones entre los trabajadores de unos y otros países con respecto a la empresa multinacional en las que la lucha se basa en la competencia entre trabajadores deslocalizados.
La panadería artesanal
En contraposición, pone como ejemplo el caso de una panadería italiana situada Boston, Massachusetts. Hace 25 años, los dueños del establecimiento eran panaderos italianos y sus empleados de origen griego. Su identidad étnica les ayudaba a medir su posición relativamente baja en la escala social pues, en palabras de Sennet, «ser un buen trabajador significaba ser un buen griego». La panadería, por lo tanto, unía a sus empleados creándoles una conciencia de sí mismos en relación con el enfoque marxista de la conciencia de clase.
La preparación del pan, parecida a la fabricación de papel en el caso de Diderot, era un ejercicio coreográfico que requería años de entrenamiento para que saliera bien.
No obstante, en la panadería imperaba el bullicio; el olor a levadura se mezclaba con el del sudor humano, las manos de los panaderos se sumergían constantemente en la harina y el agua, y los hombres usaban las la nariz y los ojos para decidir cuándo estaba listo el pan. En muchas ocasiones no disfrutaban de su trabajo; a menudo se quemaban con el horno, la amasadora requería mucha fuerza y el trabajo era nocturno. Sin embargo, para Sennett, la solidaridad étnica por el hecho de ser griego posibilitaba su solidaridad en ese trabajo tan difícil.
Los panaderos griegos de la panadería italiana tenían una serie de directrices burocráticas para organizar su experiencia a largo plazo. Los puestos de trabajo habían pasado de padres a hijos a través del sindicato local, que también estructuraba rígidamente los salarios, los beneficios y las pensiones. Este sindicato que organizaba sus vidas era en realidad un desastre, y algunos de sus funcionarios hacían frente a penas de prisión por corrupción; el fondo de pensiones estaba agotado y saqueado. Sin embargo, para los panaderos esos sindicalistas corruptos comprendían sus necesidades.
El carácter de los trabajadores se expresaba actuando honradamente, trabajando cooperativamente y limpiamente con otros panaderos porque pertenecían a la misma comunidad. «La raza medía hacia abajo; la pertenencia étnica hacia arriba, hacia «nosotros»» (Sennett, 2000). De esta manera, «un grupo de trabajadores hacía legible en un idioma más personal las condiciones que un europeo podría leer en términos de clase» (Sennett, 2000).
Para Sennet, por el contrario, actualmente resulta imposible generar una conciencia colectiva por medio del trabajo. Para este autor, la conciencia de clase es ahora «ilegible» al producirse una desvalorización del trabajo con la introducción de nuevas tecnologías.
La panadería industrial
Al regresar a la panadería 25 años después, la panadería había sufrido grandes transformaciones. El establecimiento pasó a ser propiedad de una cadena gigante de la industria alimenticia que practicaba la flexibilización laboral utilizando máquinas complejas y reconfigurables. En un día, los panaderos podían hacer mil barras de pan y al día siguiente mil bollos con forma de rosquilla, en función de la demanda del mercado de Boston. La panadería ya no olía a sudor y se presentaba asombrosamente fresca, mientras que antes el calor hacía vomitar con frecuencia a los trabajadores.
Desde el punto de vista social, esta ya no era una panadería griega. Todos los empleados anteriores se habían jubilado; algunos jóvenes italianos trabajaban ahora, junto con dos vietnamitas y varios individuos sin una identidad étnica discernible. Además, ya no solo trabajaban hombres; había una mujer recién salida de la adolescencia y otra mujer con dos hijos adultos. Los trabajadores iban y venían a lo largo del día. La panadería era una compleja red de horarios a tiempo parcial y el antiguo turno de noche había sido reemplazado por una jornada mucho más flexible. El poder del sindicato de panaderos se había debilitado y, como resultado de ello, los nuevos trabajadores/as no estaban cubiertos por contratos sindicales y también trabajaban con horarios flexibles.
Desde el mirador del pasado, todos estos cambios debían ser confusos, sin embargo, seguía prevaleciendo la peculiar predisposición americana a traducir la clase en términos más personales de estatus. En este lugar de trabajo flexible y altamente tecnologizado donde todo era de fácil manejo, los trabajadores se sentían personalmente degradados por la manera en que trabajaban. Desde el punto de vista operacional, todo era perfectamente claro. Desde el punto de vista emocional, en cambio, terriblemente «ilegible».
La panadería informatizada había cambiado profundamente las actividades físicas coreográficas de los trabajadores. Ahora, estos no tenían contacto físico con los ingredientes ni con los panes, supervisaban todo el proceso en pantalla, mediante iconos que representaban, por ejemplo, imágenes del dolor del pan derivadas de datos acerca de la temperatura y el tiempo de cocción de los hornos. Pocos panaderos veían en realidad las hogazas de pan que fabricaban. Las pantallas de trabajo estaban organizadas según la conocida manera Windows. En una de ellas, se veían iconos de las muchas clases de panes que fabricaban en el pasado (pan ruso, pan italiano, pan francés), todas ellas posibles con sólo acercar un dedo a la pantalla. El pan, por lo tanto, se había convertido en una representación en pantalla.
Como resultado de este método de trabajo, en realidad los panaderos ya no sabían cómo se hacía el pan. El pan automatizado no era una maravilla de la perfección tecnológica. Las máquinas se equivocaban en los panes que estaban cocinando, por ejemplo, y no calculaban correctamente la fuerza de la levadura o el color real del pan. Los trabajadores podían juguetear con la pantalla para corregir un poco esos defectos, pero lo que no podían hacer es arreglar las máquinas, o lo que es más importante, preparar un pan manualmente cuando las máquinas se estropeaban, cosa que ocurría con bastante frecuencia. Los trabajadores dependían de un programa informático y, en consecuencia, no podían tener conocimiento práctico del oficio. El trabajo ya no les resultaba «legible» en el sentido de que ya no comprendían lo que estaban haciendo.
Los horarios de trabajo flexible en la panadería aumentaban las dificultades de este método de trabajo. La gente suele solía irse a casa justo cuando está a punto de salir de un desastre del horno, lo que no quiere decir que los trabajadores fueran irresponsables. Para manejar las hornadas informatizadas que fallaban era más sencillo tirar a la basura las hogazas estropeadas, reprogramar el ordenador y volver a empezar. Antiguamente se desperdiciaban muy pocos panes; ahora todos los días enormes cubos de plástico de la panadería estaban llenos de montones de panes quemados. Los cubos de basura podían parecer un símbolo apropiado de lo que le había ocurrido al arte de hacer pan. Sin embargo, la calidad del pan que sobrevivía al proceso de producción era excelente.
Para Sennett, este uso del horario flexible es una compensación del trabajo mal remunerado, por lo que muchos de esos problemas de la panadería podían salvarse si los trabajadores fueran los dueños de la misma. Sin embargo, el sentido de la vida de la gente en la panadería estaba marcado por la indiferencia. Por ejemplo, para ser contratados, tenían que probar que sabían manejar ordenadores en un trabajo en el que no usaban mucho este conocimiento ya que lo único que tenían que hacer era apretar botones en un programa de Windows diseñado por otros. «Hacer pan, zapatos, trabajos de imprenta, pídame lo que quiera, yo puedo hacerlo» decía una de las mujeres de la panadería riendo. «En casa sí que hago pan, soy panadero. Aquí aprieto botones» dijo uno de los italianos. La gente decía lo mismo una y otra vez pero con distintas palabras: en realidad, no eran panaderos.
Alta tecnología, bajos salarios
Esta falta de apego a tareas particulares que llevaban a una confusión sobre la posición social, en contraposición a los griegos 25 años atrás, podrían ser tolerables si también hubiera desaparecido la disposición típicamente americana a interpretar las circunstancias materiales en términos de carácter personal; pero eso no ha ocurrido. La experiencia en el trabajo aún parecía intensamente personal, estas personas se sentían fuertemente inclinadas a interpretar su trabajo como algo que reflejaba en ellos en cuanto a individuos. Cuando hace 25 años Sennett preguntó a los panaderos griegos, «¿por qué quiere usted que se le respete?» la respuesta era sencilla: por ser un buen padre, dependiendo del sexo y la edad, seguido de un buen trabajador. Sin embargo, en el régimen flexible, las cualidades personales de ser un trabajador parecían más difíciles de definir.
En la panadería, la tecnología desempeñaba un papel importante en esa débil identidad laboral, pero no realmente en el sentido que cabría esperar. Más que hostiles, en este lugar de trabajo las máquinas eran todas supuestamente fáciles de utilizar; tenían claros iconos visuales y ventanas bien organizadas que se parecían a las pantallas de los ordenadores domésticos. De esta manera, había una base económica para estas mezcladoras, amasadoras y hornos fáciles de usar: permitían a la empresa contratar trabajadores con salarios inferiores que en el pasado, cuando los trabajadores, no las máquinas, eran los cualificados, aunque ahora todos tuvieran cualificaciones altas y certificadas.
Los peligros del progreso
Sennett se encontraba realizando su investigación en la panadería cuando una de las máquinas de amasar explotó. Aunque de fácil manejo, la máquina era de complejo diseño y su sistema de funcionamiento por ordenador era opaco, como dicen los diseñadores industriales, más que transparente. Decir «de fácil manejo» significaba una versión bastante unilateral de la sencillez. Ese día cortaron la electricidad, hicieron una llamada por teléfono y estuvieron dos horas sentados esperando que llegara el servicio técnico de la empresa que había diseñado las máquinas.
Cuando volvieron a conectar las máquinas, los trabajadores que habían estado esperando se veían taciturnos y disgustados. Un incidente similar ya había ocurrido ocurrido antes, pero no había forma de que nadie en la panadería pudiera penetrar en la opaca arquitectura del sistema para comprender, y no digamos solucionar, el problema. Los panaderos no eran indiferentes al hecho elemental de conseguir que se hiciera el trabajo. Querían sentirse útiles, hacer que las cosas funcionaran, pero no podían.
Por supuesto, era absurdo echar la culpa a las máquinas. Fueron diseñadas y construidas para trabajar de una manera determinada; la empresa toleraba el desperdicio y los desperfectos como parte del coste de hacer negocio. A niveles más altos del trabajo técnico, el advenimiento del ordenador había enriquecido el contenido de muchos trabajos. Sin embargo, sería igualmente erróneo excluir la maquinaria de esos desapegos y confusiones. Esto se debía a que la nueva herramienta del capitalismo contemporáneo era una máquina mucho más inteligente que los artefactos mecánicos del pasado. «Su propia inteligencia puede sustituir a la de los usuarios, y así llevar a nuevos extremos la pesadilla de Smith del trabajo mecánico». (Sennett, 2000)
Cuando me enseñan ese resultado, el ordenador entiende la respuesta, pero no creo que ustedes la comprendan (Frase en referencia a un grupo de estudiantes de Victor Weisskopf, físico austríaco-estadounidense, participante del Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica durante la II Guerra Mundial).
El desapego y la confusión entre los panaderos de Boston era una reacción a estas propiedades particulares del ordenador utilizado en un lugar de trabajo flexible. «No sería una novedad para estos hombres y mujeres que la resistencia y la dificulta son fuentes importantes de estimulación mental, y que cuando tenemos que luchar para aprender algo lo aprendemos bien. Sin embargo, estas novedades no tienen hogar» (Sennett, 2000). En momentos de crisis, los panaderos se encontraban de repente excluidos de su trabajo, y eso repercutió en su sensación de persona que trabaja.
Cuando la mujer de la panadería dice: «Hacer pan, zapatos, trabajos de imprenta, pídame lo que quiera, yo puedo hacerlo» su sentimiento por la máquina es sencillo, amistoso, pero también, como me repitió varias veces, le hace sentir que ella no es panadera. Su compresión del trabajo es superficial; su identidad como trabajadora, frágil (Sennett, 2000).
De esta manera, Sennett quiere decir que cuando las cosas nos resultan fáciles, como en el trabajo descrito, nos volvemos superficiales porque nos falta la comprensión de lo que estamos haciendo. Además, con este ejemplo, el autor refleja la nostalgia existente por lo artesanal y muestra la pérdida de identidad de los trabajadores. Sus empleos son ahora rutinarios y esto conduce a la falta de motivación en el puesto de trabajo.
Cuando la panadería abrió, el pan se elaboraba artesanalmente con personas cualificadas en dicho trabajo. Con el paso del tiempo, la panadería cambió de dueño modernizándose a los últimos tiempos; en ella trabajaban personas no cualificadas pues era un proceso automatizado que solo precisaba dar un par de botones para hacer pan. Así, si en alguna ocasión la máquina se estropeaba, toda la producción se tenía que parar.
R. Sennett (2000): La corrosión del caracter, Barcelona, Anagrama
Carlos Astudillo
Sociólogo Experto en Organizaciones
Fundación iS+D para la Investigación Social Avanzada