¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los sexos? ¿Cómo y por qué surgió dominación masculina y la instauración del Patriarcado?
¡Saludos a todas y a todos! Traemos una nueva entrada dedicada al Género, Igualdad y Derechos Humanos del Blog de la Fundación iS+D.
En esta ocasión, hablaremos sobre el origen de la desigualdad entre los sexos y del patriarcado como sistema social dominante, remontándonos al 10.000 a.C, nada más y nada menos.
El origen de la desigualdad
El concepto de igualdad, en su sentido más general, se equipara a la familia de palabras que significan «equivalente» o «idéntico». Esta concepción se puede aplicar a las diversas partes, formas y contenidos que constituyen una persona: elementos corporales, racionales, espirituales, funcionales, competenciales y relacionales.
La igualdad no es una ley de la naturaleza, sino que se trata de una idea que depende de los elementos entre los que se realiza la comparación de equivalencia. Es un concepto relacional que remite a los elementos que se incluyen dentro de la comparación y al punto vista desde el que se realiza. Pueden existir semejanzas entre dos o más características comparadas, al mismo tiempo que diferencias en otras. Que una persona sea igual a otra en algo no significa que tenga que serlo en todo. En el caso de las mujeres y los hombres, los conjuntos sobre los que se efectúa la comparación tienen un carácter material, funcional, competencial, emocional y relacional.
- El origen de la desigualdad comenzó con los profundos cambios que tuvieron lugar durante el periodo Neolítico
Los orígenes de la desigualdad entre los sexos: los nuevos descubrimientos
El origen de la desigualdad entre las mujeres y los hombres comenzó con los profundos cambios que tuvieron lugar durante el periodo Neolítico, que abarca aproximadamente desde 10.000 a 3.000 a.C.
Durante este periodo se produjeron una serie de descubrimientos que modificaron la vida de los seres humanos hasta el punto de considerarlas revolucionarias (Gordon Childe, 1997). Entre otras cosas, se domesticaron animales y apareció la agricultura, lo que daría paso a la sedentarización, haciendo surgir el sentimiento de propiedad; surgió la guerra por los recursos y con ella la conciencia del poder; y se hizo un descubrimiento que afectaría a las relaciones entre las mujeres y los hombres: la paternidad biológica. Todo ello daría paso a la dominación masculina y a la instauración del Patriarcado.
El descubrimiento de la paternidad biológica
Se parte de la premisa de que la participación del hombre en la reproducción fue desconocida por los primeros humanos y que se adquirió a medida que se desarrollaba la conciencia del yo y del mundo exterior (Dupuis, 1989; Thompson W. , 1996; Margolis J. , 2004; Bott, 2009; Hirsch, 2013).
Algunos/as autores/as consideran que esta conciencia fue fruto de la domesticación de los animales, al observar que en ausencia de macho las hembras no procreaban (Yll, 2002; Cosacov, 2005; Azad, 2011; Meyer, 2014).
Este descubrimiento, aunque pudiera parecer extraño, no fue compartido por todas las sociedades al unísono, como lo prueba el hecho de que en la actualidad sigan existiendo pueblos que creen en la multi-paternidad (cuenca del Amazonas); otros en los que la paternidad biológica es débil (Trobriand de Melanesia); e incluso algunos que la desconocen (Na, en China; aborígenes, en Australia).
Así, el descubrimiento de la uni-paternidad tuvo grandes repercusiones en la organización social y se encuentra en el origen de la división entre los sexos por la característica que la reviste: es imperceptible por los sentidos, lo que conlleva una dependencia masculina respecto de la mujer al ser la propietaria de la información, porque en ella reside el conocimiento de su estado.
Características de la paternidad
Fuente: Libro – Hacia un Feminismo del Punto Medio: Nueva Teoría para la Igualdad de Género
Una de las consecuencias que tuvo este descubrimiento fue el control de la sexualidad femenina como medio de garantizar la progenitura (Rodrigue, 1987; Margolis, 2000; Meyer, 2015), es decir, para saber quién era el padre. Este hecho hizo a las mujeres dependientes de los hombres para el ejercicio de su sexualidad, que se vio sometida a un solo varón. De aquí surgirá el mito del «amor romántico femenino».
Otra de las consecuencias fue la necesidad de instrumentar un modo que diese solución a la falta de visibilidad de la paternidad, aunque solamente fuera en el plano formal, situación que se resolvió a través de la condición de «marido» de la madre, que daría lugar a la figura del padre legal. Los primeros códigos normativos así lo reflejan.
Sería precisamente la palabra «padre» de la que derivaría la de «patriarca», ya que proviene de las palabras griegas «πατήρ» que significa descendencia, familia y «άρχειν» que significa mandar.
La sedentarización
El proceso de sedentarización comenzó aproximadamente 10.000 años a.C. y tuvo lugar a lo largo de varios milenios durante los cuales se domesticaron animales, se desarrolló la agricultura sedentaria y se consiguió la aleación de los metales.
Estas transformaciones sentaron las bases de la civilización y afectaron profundamente a la organización social por diversas razones:
- Los recursos necesarios para la vida iban a depender ahora de un lugar determinado, lo que hizo aflorar un sentimiento de propiedad que no había existido durante el nomadismo.
- La mejora en la alimentación dio lugar a un crecimiento de la población, lo que hizo necesaria la incorporación de más tierras cultivables, dando lugar al fenómeno de la invasión de nuevos territorios.
- Las invasiones generaron la necesidad de salvaguarda de las tierras en las que se cultivaba, con la aparición de la guerra cuyo origen se suele situar en el Calcolítico o Edad del Cobre entre 3.500-1.800 a.C.
Esta teoría es compartida por otros/as autores/as, que sitúan el origen de la guerra en el Neolítico y su apogeo en el Calcolítico. Los enfrentamientos violentos surgen como consecuencia de los asentamientos estables y el surgimiento de la propiedad (Clark, 1952; Riquet, 1970; Bouville, 1982; Dastugue & Alduc-Le Bagousse, 1982; Etxebarría & Vegas, 1988; Vegas Aramburu, 1999; Bocquet-Appel & De Miguel Ibáñez, 2002; Andrés, 2003).
La guerra
Fuente: Libro – Hacia un Feminismo del Punto Medio: Nueva Teoría para la Igualdad de Género
La guerra trajo consigo la conciencia del poder como dominación desde el momento en el que hubo vencedores/as y vencidos/as, conciencia que experimentaron especialmente los hombres por ser los que fueron a la guerra mayoritariamente. Al margen de otras cuestiones que pudieran incidir en la decisión de ser los hombres los guerreros, hay una que sin duda debió influir en el subconsciente colectivo: los hombres son más prescindibles para la reproducción que las mujeres. Un hombre puede inseminar a muchas mujeres, pero una mujer no puede gestar múltiples fetos por copular con varios machos. Las mujeres se reproducen de una en una y tardan casi un año en gestar, mientras que un solo hombre, además de poder fecundar a varias mujeres, puede desaparecer nada más fecundar sin que afecte al desarrollo de la vida. Ese hecho hizo que las mujeres fueran protegidas especialmente «detrás de las murallas» para garantizar el crecimiento del grupo. Como señala Gerda Lerner, fueron las poblaciones que mejor protegieron a sus mujeres las que más crecieron (Lerner, 1986).
Se puede considerar estas diferencias competenciales como la primera división del trabajo por sexo: los hombres se quedan con las actividades de riesgo, entre las que se encuentra la defensa y el ataque, y las mujeres al cuidado de la infancia y de los hombres que no iban a la guerra por diversas causas.
En aquellos primeros momentos de sedentarización en los que era necesario un rápido crecimiento de la población por cuestiones productivas y defensivas, los hombres asumieron la lucha, pues por duro que pueda parecer, su contribución a la reproducción entroncaba más con su capacidad para inseminar que con el concepto de paternidad.
Inseminador en acción
Fuente: Libro – Hacia un Feminismo del Punto Medio: Nueva Teoría para la Igualdad de Género
Esta mayor «prescindibilidad» del varón de cara a la reproducción afectó a la nueva organización social y tuvo sus consecuencias para los hombres y las mujeres: los primeros porque la asunción de las tareas de riesgo afectó a su supervivencia; y las mujeres porque pasaron a ser dependientes de los hombres para su protección frente al exterior, limitando así su autonomía personal. Se puede decir que, de manera inconsciente, los hombres ofrecieron su vida para preservar la vida y las mujeres su autonomía e independencia para que floreciera y se desarrollara.
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Mª Jesús Rosado Millán
Presidenta de la Fundación iS+D para la Investigación Social Avanzada
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